Pedro Bernardo, balcón del Tiétar

Estimados compañeros, hoy animada por mi gran amiga Cristina Navarro os contaré algo de mi pequeño pueblo. Cualquiera que me conozca me habrá escuchado hablar en algún momento de mi pequeño paraíso y es que mi pueblo no es solo el lugar en el que nací, sino que Pedro Bernardo es precisamente eso para mí, mi pequeño paraíso.

Situado al sur de Ávila en la ladera del risco de la Sierpe de la bonita sierra de Gredos, Pedro Bernardo es conocido como el balcón del Tiétar por sus vistas hacia este valle y a los Montes de Toledo.

La localidad fue fundada con el nombre de Navalasolana por Blasco Gimeno el Chico en torno al año 1110 y en 1499 se renombró a como actualmente la conocemos, Pedro Bernardo, como consecuencia de la reconciliación entre dos importantes cabecillas, Pedro Fernández y Bernardo Manso, enemistados hasta entonces. En 1679 el rey Carlos II le otorgó al municipio el título de villa, por lo que el pueblo cuenta con su rollo de justicia en el actual parque del Rollo, junto con el busto del físico Arturo Duperier, nacido en el municipio. La vista panorámica desde este parque no deja indiferente a nadie ya que es increíblemente bonita.

Sin ninguna duda Pedro Bernardo hace honor a su nombre inicial, pues su localización lo convierte en un pueblo luminoso y soleado. A diferencia de Ávila, las condiciones climáticas de Pedro Bernardo se caracterizan por tener una temperatura cálida y moderada. Quizá debido a esto es comúnmente conocido como la Andalucía de Ávila. Cuenta así con un microclima único, convirtiéndolo en un lugar perfecto para visitar en cualquier época del año.

En los meses de primavera y otoño, Pedro Bernardo cuenta con una amplia variedad de actividades al aire libre. Rodeado de numerosas rutas y caminos para los senderistas, es un lugar perfecto para desconectar del bullicio y de las aglomeraciones y reconectar con la paz y la naturaleza. Disfrutar de postales de ensueño está garantizado en cualquiera de sus rutas.

Perderse entre sus rincones y callejuelas, encontrar todas sus fuentes (la mayoría potables), recorrer sus portales y construcciones típicas y descubrir sus múltiples miradores escondidos es un plan ideal en invierno, especialmente en los meses de Navidad donde los habitantes decoran las casas y barrios con la temática navideña.

Uno de los monumentos más destacados es la iglesia, situada en la parte alta del pueblo, de estilo renacentista del siglo XVII y VXIII, con retablo barroco y losas de piedra, dedicada a San Pedro Advíncula.

Refrescarse en los numerosos charcos naturales, como el charco del Hornillo, o visitar su piscina natural es una parada obligatoria durante los meses de verano. Escuchar el agua correr por la garganta y el sonido de los árboles bailar no tiene precio.

En los meses de agosto y septiembre tienen lugar las fiestas patronales, donde los habitantes se visten ataviados con los trajes regionales típicos del pueblo. La albahaca y las siemprevivas adquieren su protagonismo estos días ya que los vecinos de la localidad las utilizan para decorar sus peinados.

Pedro Bernardo también cuenta con varias pistas de despegue de parapente y ala delta, habiendo sido escenario de campeonatos nacionales e internacionales en los últimos años.

Otra de las ventajas de su especial microclima es que convierte a la localidad en una zona muy fértil, donde se desarrollan variedades únicas de viñas y de higueras. La uva ligeruela es una variedad autóctona de Pedro Bernardo, con la cual se produce el famoso vino ligeruelo único en la zona. En cuanto a las higueras, en Pedro Bernardo se recolecta el higo de cuello de dama, una de las variedades más preciadas de higo seco que destaca por su exquisito sabor dulce. Además de esto, la localidad es conocida por su rica producción de aceite con un intenso sabor afrutado producto del aroma de montaña.

Como ya os he dicho, sus paisajes son espectaculares y no hay mejor medicina que la naturaleza, que serena e ilumina nuestro espíritu. Perderse por sus bosques, caminar por sus rutas y sendas nos hace sentirnos plenos y alegres, olvidándonos por un tiempo del estrés y la apatía. Estas experiencias tan esenciales y a la vez tan desatendidas por nuestro modo de vida activan las hormonas de la felicidad, aunque no sea de forma permanente.

Pensaréis “claro, es su pueblo…”. Pues sí, es mi pequeño paraíso.

Dory Sánchez

Higienista dental (Col. 280010)

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