AUTOR
Pedro Herrera
- Licenciado en Odontología por la UCM
Hace unos meses, un paciente y amigo, gaditano para más señas, sentado en la sala de espera, aguardando a que lo llamaran para su mantenimiento semestral, me preguntó por la clave del Wi-Fi de la Consulta.
- “MEGUSTASONREIR, todo seguido y en mayúsculas” -dije.
Levantó los ojos de la pantalla de su tableta y dijo:
- “Vale, quillo. Como la publicidá der vitaldén”.
- “¿La publicidad del Vital Dent?”.
-“Sí, justo.”
¿Había puesto un eslogan de la madre de todas las franquicias dentales como contraseña de la clave del Wi-Fi de la Consulta? Necesitaba unas vacaciones, pero iba a empezar por cambiar de clave. Malditos publicistas, te inoculan sus eslóganes.
- “cusha, zi me duele…¿me puedeh pinshá anehtezia?” -preguntó sin aprensión, con una amplia sonrisa de dientes largos, periodontalmente tratados.
Asentí, también sonriendo. A medida que avanza la semana las sonrisas florecen, y ya era viernes por la mañana. En realidad, los publicistas del Vital Dent habían estado finos como el coral. Qué diantre, nos gusta sonreír.
La sonrisa. Ese gesto. Para todo vale. Para decir que sí, para decir que no. Para decir. Para callar. Para pedir fuego, para pedir perdón, para pedir dinero. La sonrisa rictus. La sonrisa esfinge. La sonrisa que es como un puñal en el pecho; la sonrisa que, como la rosa de Rilke, constituye un misterio vacío alrededor de unos dientes perfectos. La sonrisa comunicativa del locutor, la sonrisa obligada, tensa y permanente, de la nadadora de Sincronizada o de la gimnasta de Artística. La sonrisa de la chica guapa que pasa a tu lado, en la calle, pensando en sus cosas (esa sonrisa que permanece un rato en tu cabeza, flotando como la del gato de Alicia) . La sonrisa del bebé al sorprenderse por primera vez en un espejo. La sonrisa de cortesía, y la sonrisa al no entender nada de nada. Hay gente que sonríe con toda la cara y los hay que sólo sonríen con la boca, produciendo un efecto inquietante.
La sonrisa más celebre del Arte ha inquietado a muchos. Hay una película (que podía haber visto para documentarme y no he hecho), “La sonrisa de la Gioconda”, una especie de “Club de los Poetas Muertos” pero con Julia Roberts en vez de Robin Williams. Cambia la triste sonrisa vencida del profesor Keating por la rutilante y resplandeciente de la Roberts, llena de dientes blancos y felices, contentos de estar en boca tan sonriente. Nada más lejos, por cierto, del enigmático gesto de la Gioconda.
¿A qué se debe? ¿Sonríe o no, la Mona Lisa? Historiadores de Arte han dirigido a equipos de científicos: matemáticos, informáticos, anatomistas, patólogos, buscando dar validez y legitimidad a sus hipótesis. Estudios recientes revelan que el empleo de determinada técnica, un cierto sfumato, producen el efecto. Dependiendo de, desde donde la mires, sonríe o no. Y de ahí esa expresión facial difusa que tantas elucubraciones y teorías ha originado….
Igual me pasa como con la clave del Wi-Fi, que creía muy mía y que resultó ser del Vital Dent, pero yo tengo mi propia teoría acerca de la sonrisa de la Gioconda. Sostengo que la supuesta noble florentina, simplemente, tenía vergüenza de su sonrisa. No le gustaba sonreír. No le hacía ninguna gracia, y, ni mucho menos, iba a quedar retratada así para toda la posteridad, con ese gesto que tanto le desagradaba. La Mona Lisa tenía complejo de sonrisa fea y no iba a sonreír abiertamente por mucho que Leonardo se lo pidiera. Naturalmente, Leonardo jamás se lo pidió. Iba a transformar esa mueca en Arte. Mojó sus pinceles en Psicología, y aplicó el sfumato.
No se sabe ni, probablemente, se sabrá, si a la Gioconda le faltaba algún piño, pero es patente que no a todo el mundo le gusta sonreír. Y esto me lleva a la segunda y última teoría del texto: La teoría del amor por la sonrisa, cuyo corolario reza que “a la hora de buscar pareja estable son preferibles las parejas cuyas sonrisas las embellezcan que esas otras que, por muy físicamente atractivas que puedan llegar a ser, sus sonrisas las afeen».
Si nos emparejamos con una persona que se afea a cada sonrisa, resultará inevitable que, con el tiempo, procuremos por todos los medios NO dar motivos a la sonrisa que aparezca. A la larga, esta actitud llevará al fracaso de nuestra relación.
Si, por el contrario, encontramos a esa persona que, cada vez que sonríe, se llena de guapura, intentaremos siempre hacerla sonreír, para enamorarnos de ella a cada momento. Evidentemente, esta actitud nos conduce hacia el éxito.
Pregunta: ¿Significa entonces que las personas de sonrisa fea están abocadas al fracaso sentimental?
El escritor americano Sam Shephard, en sus ”Crónicas de Motel”, revela que, de jovencito, quedó fascinado con la sonrisa de Burt Lancaster, después de verlo en la película “Veracruz”. En su casa, delante del espejo, imitaba la burtlancasteriana sonrisa, para luego ensayarla con las chicas de su instituto. Pero en ellas no parecía causar ningún efecto. Insistiendo en su interpretación, sólo consiguió que se fijaran con estupor en su boca. Había olvidado que su sonrisa no se parecía a la de una estrella de Hollywood. Tenía un diente podrido y pardo, montado encima de otro roto. Su sonrisa más que seducir, asustaba. O, al menos, esa fue su conclusión, y dejó de practicarla. De hecho, si buscas sus fotos en Google, rara vez sonríe. Es un hombre atractivo, pero no sonríe. Y, cuando lo hace, muestra que la descripción que hace de sus dientes es precisa. Su sonrisa no le hace justicia, le afea y, tiene los dientes como un catálogo de frutos secos (como dijo errónea, pero muy simpáticamente, el escritor Martin Amis de los dientes de los españoles) y con ellos fue capaz de enamorar a una de las actrices más deseadas, la lúbrica y excelsa Jessica Lange, con la que estuvo casado cerca de 30 años, hasta 2011, cuando se separaron. Fotos más recientes nos enseñan al escritor ciertamente decrépito, como resultado del abuso del alcohol, pero luce una cerámica hilera de dientes perfectos, no excesivamente blancos. Ha tenido la decencia de, al menos, no cascarse un A0. Por otra parte, recuerdo a uno de mis primer amores platónicos, cuando tenía doce años, la actriz Farrah Fawcett, de ”Los Ángeles de Charlie”. Tenía una sonrisa espectacular, y le fue fatal. Ryan O´Neal, con su fama de Don Juan, le dio mala vida. De nada le sirvió la sonrisa más luminosa que jamás se viera en la portada del “Sports Illustrated”. De nada le sirvió la sonrisa más blanca de la Era Pre-Blanqueamientos. Acabó sucumbiendo al cáncer un día de junio de 2009, exactamente el mismo día que Michael Jackson. Dos blancas sonrisas americanas apagándose a la vez en California.
Empeñado en contradecirme a mí mismo, sostengo que esta refutación (empírica, hay que decirlo) de mi propio argumento responde a la pregunta. Ni los poseedores de las más radiantes sonrisas tienen garantizado el éxito sentimental ni, por supuesto, las sonrisas trágicas han de ser, forzosamente, desgraciadas en el amor.
Siempre pueden ir al dentista.